lunes, 28 de septiembre de 2015

CAPÍTULO 4: Perdida (2ª parte)

Tras unos minutos esperando, María se dispone a pelar a una preciosa perrita pekinesa que ha llegado a la clínica. En ese momento, cuando la maquinilla empieza a sonar, una chica, seguida de un chico y una mujer más mayor, entra por la puerta como una exhalación. Cuál es mi sorpresa al reconocerla, al reconocerles a los tres… creo que noto como cada mililitro de mi sangre se ha helado por completo.

La observo desesperada buscando a alguien con quien hablar hasta que me levanto de la silla y voy hacia ella. Creo que me tiemblan las piernas, o algo así, de repente me he puesto muy nervioso.
Su madre, la reconozco perfectamente. Su hermano, no ha cambiado apenas. Me miran fugazmente cuando me ven acercarme. Me reconocerán? Qué tontería… claro que no.

-Hola – digo tímidamente – eres la dueña de la perrita que se había perdido?

Me miran instantáneamente los tres. Noto como su madre frunce el ceño como intentando reconocerme.

-Si, soy yo, dónde está? Qué ha pasado? – pregunta desesperada, creo que no me ha reconocido –

-Está en quirófano, venía muy mal – contesta María secamente… qué tacto tiene esta mujer – este chico la ha traído, se la ha encontrado en el monte.

Me miran de nuevo, Malú tiene la cara todavía más desencajada.

-Tranquila, el veterinario está con ella, me ha dicho que todo va a ir muy bien, saldrá en seguida.

-Dios mio… - suspira tapándose la cara –

-Alejandro?

La voz de su madre resuena en la sala de espera de aquella clínica veterinaria.

-Eres tú? – pregunta sorprendida esperando mi respuesta –

Miro fugazmente hacia Malú que me mira extrañada para, seguidamente, poner cara de sorpresa… entre sorpresa y vergüenza creo detectar. Miro de nuevo hacia su madre, que sigue mirándome interrogante. Sonrío tímidamente.

-Hola Pepi… - contesto avergonzado –

-Álex? – escucho la voz de su hermano – no me jodas tío! Eres tú!

-Hijo! – su madre se lanza a abrazarme – dios mío, cómo has crecido!! – exclama emocionada – cuántos años hace?

-Doce – contesto rápidamente. Cómo si se me hubiera olvidado –

-Madre mía! – grita descompuesta – Malú, que es Álex!

Miro de nuevo hacia Malú que me mira de manera sorprendida. Creo que no sabe qué hacer. Noto como parece algo avergonzada, quizá al recordar la última vez que nos vimos hace ya casi 9 años… en aquella ocasión no nos despedimos de una manera adecuada.

-Hola – me dirijo hacia ella –

Intento destensar el gesto. No es momento de gilipolleces. Es un momento tenso. Recuerdo lo mucho que le gustaban los animales, así que imagino que ese perro significará mucho para ella a juzgar por la ansiedad con la que ha entrado a la clínica. No me contesta, solo me mira sorprendida y, fugazmente, mira hacia el pasillo donde se presupone está el quirófano.

-Tranquila, se pondrá bien

En un afán por reconfortarla, pongo una mano en su hombro, pero la retiro automáticamente. Creo que he sentido una corriente recorrer de manera inexorable todo mi cuerpo.

Justo en ese momento, cuando estábamos mirándonos sin saber muy bien qué decir, aparece Antonio y yo desaparezco para ella. Lo aborda de nuevo desesperada mientras Antonio hace un gesto de calma, algo sorprendido por ver quien es la dueña de la perrita.

-Cómo está? – pregunta temerosa –

-Tranquila, todo ha ido muy bien, no ha sido tan grave como pensaba en un principio – habla de manera pausada – se pondrá bien.

Veo como resopla en una mezcla de alivio y rabia y se gira buscando a su madre que la recibe entre sus brazos. La Pepi… qué buenos ratos en su casa cuando éramos pequeños.

Me siento fuera de lugar, y estoy a nada de irme de allí disimuladamente con mi perro, que sigue sentado donde las sillas, observando, sin molestar, sin moverse, como si estuviera reflexionando sobre la situación.

-Puedo pasar a verla? – pregunta sollozando –

-Bueno… - el veterinario me mira – no suelo hacer esto, pero bueno, aunque solo un minuto de acuerdo?

Malú desaparece de mi vista. Me alegra que la perrita esté bien… yo ya no hago nada aquí, así que me giro y agarro la correa de Rex, dispuesto a irme. Me siento incómodo, no me gusta la situación, aunque me encante haber tenido a Malú tan cerca. Es una mezcla extraña de sensaciones, como siempre me ha pasado con todo lo referente a ella.

-Ay menos mal… - escucho a Pepi, que dirige su vista hacia mí – te vas? – pregunta extrañada –

-Eh… si… bueno, me he quedado para ver como salía lo de la perrita – me mira con una ceja alzada –

-Pero bueno, es que no quieres nada con nosotros? – vuelve a mirarme extrañada – perdona a mi hija, estaba muy nerviosa… por eso no te ha dicho nada… - claro claro, será por eso Pepi – espera a que salga, hay que celebrar este reencuentro.

Cómo? Celebrar? Algo? El qué? Que estoy haciendo el gilipollas por enésima vez? No, ni hablar, no pienso quedarme.

-Qué es de tu vida tío? – interviene Jose – joder, si no pareces tú… estás cachas eh? – me da una palmada en el brazo avergonzándome –

-Cómo que no parece él? Tiene la misma cara de niño bueno que de pequeño – su madre me hace una carantoña llena de cariño y me hace sonrojarme – yo te he reconocido en seguida…

-Os he reconocido al entrar… - confieso – pero he supuesto que no era el momento para…

-Ay ven aquí hijo! – me corta para darme otro abrazo – qué tal tus padres? Cómo va todo?

-Bien… todo bien… - contesto sonriendo levemente –

Mi intento por largarme antes de que Malú aparezca de nuevo se ven frustrados por Pepi, que me entretiene lo suficiente para que a Malú le de tiempo a ver a su perrita y salir sollozando, provocándome de nuevo una mezcla de ternura y cariño que me cuesta frenar. Ahora mismo la abrazaría sin compasión, sin importarme todo lo que haya pasado. Pero mi sentido común entra en escena, y menos mal, no es momento de perderlo.

-Tiene que pasar aquí la noche… - dice apenada –

-Pero no os preocupéis, está todo bien – aclara el veterinario –

-Hija, Danka es muy fuerte… - Pepi le hace una carantoña a su hija – qué le ha pasado exactamente?

-Bueno, eso os lo puede explicar mejor Álex – le miro asustado, no me apetece nada hablar en este momento – él la trajo aquí.

Todas las miradas se dirigen a mí, creo que debo hablar, aunque ganas de irme sin decir nada no me faltan.

-Bueno… eh… en realidad la ha encontrado él – señalo a Rex que arquea un poco la cabeza cómo diciéndome “no me pases el marrón tío” – estaba en el monte… tumbada en el suelo y… bueno… la he traído para ver qué le pasaba exactamente…



-Este niño sigue siendo igual de buena persona que cuando era un crío… - su madre me hace una caricia que me ruboriza de nuevo –

-Os conocéis? – pregunta Antonio extrañado –

-Pues claro! – exclama Pepi – es amigo de la familia…

Voy a hablar pero me quedo con la boca abierta unos segundos y decido cerrarla. Amigo de la familia… claro… por eso Malú todavía no se ha dirigido a mí. En fin… algo debió pasar aquella noche para que me guarde tanto rencor todavía. Aunque no es rencor lo que detecto cuando dirijo mi mirada hacia ella. Quizá noto… arrepentimiento? No sé exactamente lo que es, pero parece que no es capaz de mirarme a la cara.

-Bueno… pues… yo debo irme… - contesto convencido –

-Cómo que debes irte? – exclama indignada su madre – de eso nada, ahora mismo vamos a ir a tomar un café y nos vamos a poner al día… - sonríe – sabiendo que Danka está bien, lo mínimo que podemos hacer es invitarte a algo por haberle salvado la vida.


Yo? Salvarle la vida? Pero no les ha quedado claro que yo no he operado a… Danka? Bonito nombre para un perro. En fin… Pepi siempre ha sido muy persuasiva. Todavía recuerdo cuando me hacía coger la guitarra delante de todo un Paco de Lucía, para que tocase mientras su hija tocaba el cajón y ella cantaba. Dios… que recuerdos tan buenos de aquellas tardes de verano…

No hay comentarios:

Publicar un comentario