lunes, 28 de septiembre de 2015

CAPÍTULO 2: Sin que se note

2010.

Quizá este no sería el mejor momento de mi vida, profesionalmente hablando. Bueno, ni personalmente tampoco. Salgo de una relación tormentosa, no sé por qué me embarqué en algo así, desde el principio sabía que no iba a funcionar. Supongo que es esta estúpida sensación de soledad la que me hace cometer errores como estos.

A pesar de todo, se puede decir que soy una persona feliz. Con mis días, como todo el mundo, pero feliz al fin y al cabo. Esa felicidad es quizá fruto de mi ilusión por encontrar por fin la estabilidad. Parece mentira que tenga 28 años. Pienso como un cuarentón.
La verdad es que hace 2 meses tomé las 2 mejores decisiones de mi vida, que, curiosamente, iban totalmente en contra de encontrar la estabilidad. Por un lado, dejé la clínica donde trabajaba. Mi jefe era uno de estos tipos que ya no ama su trabajo y, por lo tanto, nadie que trabaje para él puede hacerlo. Estaba martirizado realmente. Así que decidí trabajar por mi cuenta, sin jefes, sin horarios establecidos, solo cuando me necesitaran. He invertido dinero y ganas para hacer de una parte de mi casa, una mini clínica. 

Hasta ahora solo tengo deudas, pero vivo muchísimo más relajado. Eso cambiará cuando gaste todo el dinero que tengo ahorrado, sin duda.
Por otro lado, tomé la decisión de dejar a mi novia. Bueno, en realidad yo creo que ya no éramos novios, puesto que, desde casi los 3 meses de iniciar nuestra relación, se fue acostando con todo bicho viviente que encontró. Solo que yo me enteré muchos meses después. No le supuso ningún trauma que le dijese que no quería volver a verla. Creo que anda por Francia, tirándose a franceses ilusos. Y yo me he quedado más a gusto que un arbusto la verdad. Todavía hoy me pregunto como pudo gustarme, si es exactamente todo lo contrario a mí. Hasta en una ocasión me dijo que me deshiciera de Rex, mi perro, porque le molestaba cuando iba a verme a casa. Cómo te va a molestar ese perro? Si es lo más manso que existe… en fin, una caprichosa, infiel, mentirosa y egocéntrica. Una joya con la que estuve casi un año. Errores que comete uno en la vida.

Según mi madre, que es una sabia, he ido cambiando mi carácter, para mejor. No el interior, sino lo que desprendo. Ya no soy ese chico con aire inseguro que decía que sí a todo. Ahora tengo una personalidad marcada, sin dejar de lado mi vena payasa que todo el mundo me dice que tengo. Debe ser mi cara, debo tener una cara amable. O quizá una cara graciosa. O quizá una cara de pringado y por eso todo el mundo cree que puede tomarme el pelo.

Vivo en un pueblo de los alrededores de Madrid. Me mudé aquí hace casi un año, harto de la capital y de tanto tumulto. De hecho la idea me la dieron una pareja de amigos que se vino a vivir aquí y su vida cambió para mejor. Ahora tengo que coger el coche para visitar a mis padres y demás familia, pero me compensa. Compensa salir a la calle y no ver a un millar de personas cruzar un paso de peatones. Compensa entrar en un supermercado y no tener que esperar 2 horas en la cola para salir. Compensa ir al cine sin colas inmensas. Compensa salir a correr y no tener que esquivar chonis vestidas con colores chillones que me taladran las córneas. Todo compensa al fin y al cabo.

Pero hoy, desgraciadamente para mí, necesito hacer unas compras y he tenido que venir a la capital. No sé cómo podía vivir aquí, con lo tranquilo que estoy en mi casa. Entro al centro comercial y, como por arte de magia, ante mí aparece un cartel con una foto bien grande de alguien a quién conozco. Coño, qué guapa está. Sonrío sin querer, nunca puedo evitar hacerlo cuando la veo en la tele o escucho algo sobre ella, a pesar de lo que ocurrió hace ya muchos años. El cartel es de una publicidad, pero cuál es mi sorpresa cuando, entre un revuelo de gente, la detecto a ella.



Vienen a mi mente tantos recuerdos… y el corazón me va más rápido, qué sabio es el cuerpo humano. Desde aquella fatídica noche para mí, ya no hemos vuelto a vernos. Hace casi 9 años. Quizá ha cambiado y ya no es la misma, aunque el tiempo que compartimos aquella noche me parecía realmente la misma persona que antes de ser conocida. Me alegra verla tan bien… y más teniendo en cuenta lo que le ocurrió hace ya 2 años. Todavía recuerdo esa noche pegado al teléfono, como si yo formase parte de su vida y de ella dependiese la mía. Joder… maldito primer amor. Camino paralelo al revuelo que hay formado y veo como sonríe y firma autógrafos mientras una mujer rubia, también sonriente, intenta llevársela de allí. Siento mi corazón pararse un par de segundos para, acto seguido, comenzar a latir de nuevo con más fuerza. Joder… qué guapa está… cuántos años sin verla. Me quedo allí parado, como si no fuera capaz de dar un paso sin ayuda, dándome cuenta de la cara de gilipollas que debo tener en este momento, con esta media sonrisa que se ha instaurado en mi cara y no me deja parecer una persona normal. 

Hasta que alza la vista, y me da la sensación que nuestras miradas se cruzan. Agacho la cabeza rápidamente y, como si fuera un robot programado para ello, sigo mi camino como si algo me persiguiera. El pasado quizá. Un pasado demasiado bonito para aceptar que ya no va a volver.



-Malú… Malú!

Escucho el grito de Rosa tras de mí y salgo de mi letargo.

-Qué te pasa? Te has quedado embobada mirando hacia allí – señala hacia donde estaba mirando –

-Perdona, es que me había parecido ver a alguien… - frunzo el ceño… como te puede sonar alguien y no saber de qué? Por qué pasan esas cosas? – no pasa nada.

-Estás bien? – pregunta algo preocupada –

-Si si… - sonrío mirando al pequeño grupo de gente que me pide seguir sacándome fotos con ellos – y yo que venía a comprar unas cosas…

-No me gusta que no me cuentes lo que te pasa - su tono suena a reproche digno de una madre –



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