2010.
Me encanta pasear
con la música puesta. Es un gusto que solo te puedes dar en sitios no demasiado
grandes. En la capital, cuando salía de esta misma guisa, se me mezclaban los
claxon de los coches y el ruido que genera una cuidad tan enorme. Aquí no, aquí
puedo pasear deleitándome con la música que me gusta.
He pensado que
debería de dejar de ir tanto a casa de Malú. No por nada, sino porque no quiero
que piensen que abuso de su confianza. Han pasado dos semanas y ni rastro de
ese tío. A veces pienso que no va a volver a aparecer. Otras veces, pienso que
volverá en cualquier momento, y eso me pone muy tenso. Tras aquella noche en la
que nos quedamos todos en casa de Malú, yo no he vuelto a hacerlo, simplemente
porque sé que está bien cuidada y sería una osadía por mi parte creerme que soy
necesario allí. Voy a verla para darle consejos sobre la recuperación… algo me
tiene que haber servido estudiar Fisioterapia. He visto lesiones como la suya
mil veces… y suelen tener muy buena recuperación, pero un poco larga.
Camino tranquilo por
su calle cuando veo algo que me resulta familiar. Un coche, de color azul
oscuro, aparcado antes de llegar a su casa. Miro la matrícula y creo notar como
mi corazón se paraliza un instante. No puede ser. Me quito los auriculares y
miro en el móvil la nota donde tenía apuntada la matrícula de ese cabrón. Es su
coche, maldita sea. Marco instantáneamente el número de la policía y siento mi
corazón latir fuerte cuando pienso que puede estar por aquí, merodeando su casa
una vez más.
-Hola, soy Álex
Ramírez, es el agente Martos?
-Un segundo que le
paso – me contesta una mujer con voz neutra –
-Dese prisa, es una
emergencia… - digo desesperado mientras cruzo la calle –
-Si?
-Agente, soy Álex
Ramírez, el coche de ese cabrón está aparcado en la calle de Malú – digo
acelerado –
-Cómo? – pregunta
sorprendido – estás seguro?
-Que es él joder!
Que está por aquí! – grito llegando a la puerta de su casa –
-Vale, no hagas
nada, quédate donde estás, en seguida vamos.
Cuelgo y noto mis manos temblorosas. Voy a tocar al timbre cuando, en la ventana, en una rendija entre las cortinas, veo a Malú de pie, como paralizada. Desaparece y veo a ese tío. Le veo. Es él. Y está en su casa. Maldita sea.
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