1998.
-Me da miedo
-No tiene que darte
miedo… - responde mirándome – es lo que quieres no?
-Ya… pero dejar
esto… y… - suspiro – me han dicho que voy a hacer muchos conciertos… - resoplo
– delante de miles de personas… - niego con la cabeza – no puedo hacer eso.
-Por qué no? –
pregunta extrañado – venga ya… vas a ser una estrella…
-No quiero ser una
estrella… - digo con frustración – solo quiero cantar…
-Y no es mejor
cantar delante de miles de personas y que escuchen lo que sabes hacer? – le
miro y me está mirando sonriente – no tengas miedo… nunca lo tengas… - me coge
la mano y aprieta fuerte – lo vas a hacer genial.
2010.
Aunque hayan pasado
dos semanas, sigo asustada. Mucho. Intento no estarlo… intento que esto no me
afecte en mi recuperación. Sigo escayolada, tullida, sin poder coger todavía
las muletas por la contusión en el hombro que me ha dejado en silla de ruedas
cada vez que quiero moverme.
No salgo apenas de
casa… y menos mal que tengo el jardín. Me ahogo entre estas 4 paredes. La cosa
se ha calmado un poco… aunque Vero ha decidido trasladarse momentáneamente a mi
casa para liberar a mi madre de la carga que supongo para ella. La verdad es
que vivir acompañada no está tan mal… y más todavía cuando es tu mejor amiga y
su hija, de apenas añito y medio, las que te acompañan. La niña es un amor… a
veces se queda mirando la escayola e intenta quitármela con sus manitas y yo me
muero de la risa. Pero, si lo pienso, no me hace gracia que esté aquí. Si a ese
tío se le ocurre volver, no sé que pasaría. Prefiero no pensarlo, he intentado
convencer mil veces a Vero pero no me hace caso. Por las noches, la niña duerme
en casa de sus abuelos, los padres de Vero, y lo más probable, es que si
vuelve, vuelva de noche. Así que nos pillará a Vero y a mí solas, sin compañía,
sin nada puesto que yo no cuento con una pierna rota.
Álex viene todos los
días. La verdad es que no entiendo cómo pude enfadarme con él y echarle de esa
manera de mi casa hace ya varios años… si es un cielo, se porta con nosotros
demasiado bien.
Reflexionando, no solo le traté mal aquella vez, sino que llevo
tratándole mal desde que perdí su número de teléfono. De repente, de la noche a
la mañana, me vi embarcada en una vorágine de conciertos y trabajo. Recuerdo
que pensé que tenía que buscar su número, pero no lo hice. Me imagino cómo
debió sentirse cuando, de buenas a primeras, dejé de contestar a sus mensajes y
llamadas. Ahí empecé a tratarle mal y no he dejado de hacerlo hasta ahora. Y,
sin embargo, él no lo hace, él simplemente se porta como nadie se ha portado
conmigo, como si siguiéramos siendo aquellos críos que jugaban en la calle sin
preocupaciones.
Hoy me he levantado
rara. Como revuelta… supongo que no me sentó nada bien la cena de anoche. De
hecho, no tengo hambre… cosa rara en mí, que como por 15… y debería controlarme
ya que ahora no puedo hacer deporte. Me voy a poner como una foca y voy a
entrar de lado a los sitios porque mi perímetro abdominal será comparable al de
un anillo de Saturno. Me río sin querer. Vero me mira extrañada pero dirige de
nuevo su mirada a su hija, que huye de la comida, todo lo contrario a mí.
-Valeria por favor!
– exclama Vero – cómete el potito por lo que más quieras…
La niña le mira
divertida y sale corriendo por el pasillo.
-Valeria! – Vero se
levanta del sofá y va tras ella –
Sonrío. Qué bonito
sería tener hijos. Y qué lejano está eso seguramente. No es que considere que
ya tengo edad para tenerlos, que también, sino que es muy difícil encontrar con
quién y, sobre todo, encontrar el momento. Y si tienes que encontrar el momento
para ser madre… es que no estás preparada todavía.
Escucho como Vero
persigue a Valeria, a juzgar por los golpes que están dando. Sonrío de nuevo.
-Vero, me vas a
destrozar la casa con tanto…
Me giro y me quedo
helada. No puede ser.
-Una palabra, un
grito… y la mato…
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